miércoles, 23 de mayo de 2012

FLORENCIO VILLA LANDA (1912-1992)



Florencio Villa, uno de los nuestros

            Estimados paisanos: Como es natural vosotros no me conocéis, ya que soy uno de tantos que nunca ha hecho nada extraordinario”. Con estas palabras comenzaba su Carta de Alonso Quijano quien el pasado martes, 22 de mayo, hubiera cumplido cien años. Su autor, Florencio Villa, quizá no hiciera en vida nada fuera de lo común, pero sí vivió algunos de los hitos históricos más decisivos del siglo XX.
            Nacido en Badajoz en el seno de una familia librepensadora, republicana y laica –el “clan Landa, como él lo llamaba-, tras sus estudios de bachillerato marcha a Madrid para estudiar Medicina. Miembro de la Federación Universitaria Escolar (FUE)  y huésped por un tiempo de la Residencia de Estudiantes, allí se licenciará en vísperas de la guerra civil española. Una guerra cuyos primeros coletazos en su ciudad natal se llevó por delante a su padre, médico militar retirado.
            En esas mismas fechas Florencio Villa ingresa en el Partido Comunista de España y comienza a trabajar en los servicios médicos del V Regimiento. Durante el conflicto será mayor médico provisional en el Cuerpo de Ejército que mandaba el general Enrique Líster y jefe de Sanidad del V Cuerpo de Ejército.
            El final del conflicto lo llevarán a los campos de concentración franceses de Argèles y Saint Cyprien. Sin embargo, muy poco después e invitado por el Socorro Rojo Internacional se exilia en la URSS con el deseo de conocer directamente la realidad de la revolución socialista” y de continuar su especialización profesional. Enviado al Hospital Psiquiátrico de Riazán, durante sus casi veinte años de estancia en esta localidad soviética conocerá la evacuación a la que serían obligados muchos rusos debido al avance nazi y el estado estalinista, del que renegará una vez leído el informe de Jruschov en el XX Congreso del PCUS.   
            Tras tres años de precariedad económica y laboral en México, donde vivían algunos familiares y amigos, se traslada a Cuba invitado como profesor de Psiquiatría en la Universidad de La Habana. También traduce varias obras de literatura médica del ruso al español. Su residencia en la isla caribeña se prolongará desde 1961 hasta 1973, un tiempo que será suficiente para que conozca y elogie la organización de la Sanidad Pública propuesta por la revolución cubana, “con la integración organizativa de la prevención (la Sanidad) y la asistencia médica y la unificación funcional de los hospitales y policlínicos, lo que permite que el paciente sea atendido por el mismo equipo médico en el curso de todas sus enfermedades”.
            De vuelta a Riazán, a la patria del socialismo real, el médico pacense iba a sufrir una auténtica desilusión. En poco más de quince años de ausencia, la sociedad de la que había sido parte a principios de su exilio había cambiado profundamente. Muchos de sus amigos de antaño ya no vivían y la tradicional laboriosidad del pueblo ruso había desaparecido incluso en una disciplina como la médica, dependiente de una formación y vocación continuas.
            Por ello, quizá, su regreso a casa tras la muerte de Franco tardó poco en materializarse. En 1978, después de firmar su inédita Carta de Alonso Quijano, una suerte de teoría económico-social de cómo debía organizarse España en ese todavía futuro incierto de principios de la transición, volvía a la capital de España quien nunca hizo nada extraordinario. Otro hijo de esta tierra olvidado por la barbarie y sinrazón de la dictadura. Murió en 1992.

Autor de la reseña: Felipe Cabezas Granado. 

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